USOS REFLEXIVOS DE LOS PLACERES -desconfia del deseo-

desconfiar de las personas que no pueden estar solas o no pueden parar de querer cogerse a todo el mundo. el uso reflexivo de los placeres incluye cierto ascetismo, una suerte de decirle que NO al Sexo Rey.

(…) Desertar es tal vez acercarse, a través del devenir, a la situación más alejada del humanismo, privativamente dueño de sus propias soberanías sometidas, amo y señor de su esclavitud mendicante de mejoras. Desertar la sociedad heterocapitalista porque ahí sólo hay ciudadanos imperiales haciendo bloque contra todo lo poco que aún queda de potente en nuestros cuerpos. Desertar significa irse al desierto, arrojarse, dejarse caer, precipitarse a los devenires alegres, decir “no”, preferir no hacerlo. Devenir lobas y órdenes menores. Desertar equivale a la ausencia de jefes, la línea de fuga de la línea de fuga, la anomalidad.
El desierto no es la desertificación afectiva del campo de soja germinando semillas de Monsanto que alimenta la subjetividad de la metrópolis hetero-imperial. Nada está más desertificado que la fertilidad programada de los nacimientos y los cálculos reproductivos de las nursery, la estimulación estrogénica blanda mujeril de la reproducción asistida y demográfica de la civilización estatal y los deseos productivos de maternar. Por lo tanto, desertar implica resistir el socialitarismo civil imperial despótico propio del Día del Amigo de la cerveza Quilmes, y de la reunión de ex compañeros de la escuela. Resistir así reincorporarse socialmente a la filas de las madres coraje en pos de un uso reflexivo de los placeres que destrabe una subjetividad gatuna, fluida, hecha de distancias y encuentros, no de vinculación, pertenencia y sangre. Desertar es decir, negarse a lo que aún haya de humano en nosotras.  Desertar supone irse al desierto, significa reconciliarse, anacoréticamente, con la soledad. No estamos suficientemente solas en este mundo de hiperconexión permanente aislante fachabukiana. Sufrimos un exceso de comunicación mediante los dispositivos generizantes semióticos del régimen fármacopornográfico que producen hasta nuestros más recónditos deseos solidarios con el heterocapitalismo. Irse al desierto es menester para poder crear “vacuolas de soledad y silencio”, para tener al fin algo que decir, tal como Pál Pelbart nos cuenta que decía el Santo Deleuze. Realizar, entonces, actos de alejamiento del heteromundo, máquinas célibes con los dispositivos de heteronormativización societaria para poder hacer de nuestros cuerpos máquinas de guerra sediciosas. Buscar en la soledad éxodos necesarios, acurrucarse en el desierto, y otorgar un valor estratégico a la retirada ofensiva, pivotear para alejarse, no enfrentar a los fantasmas: retirarse significa dejar de entablar   ciertos debates y diálogos donde ya nadie tiene capacidad para oír, tapadas por el parloteo frenético de la liturgia reformo-pacifista y artistonta poco radicalizada de lo que siempre se ha dicho, el zumbido ensordecedor de la ausencia, las políticas clásicas, sus formas y sus maneras, su marxianismo biologisista hasta el vómito: el Monsanto de la insurrección ha patentado formas infértiles de devastación desertificante del mundo de los afectos y las afectaciones radicales, reterritorializa todo con su nuevo dios Ciencia y sus santos Arte y Academia. Quienes se alimenten del pan amasado con este trigo abonan con sus heces pestilentes el mundo de la heterosexualidad como régimen político e intentan destruir con su ausente hostilidad, con su negativa a tomar posición y partido, a quienes aún consiguen combatir este espanto blanco llamado Civilización Occidental.          Estar sola es asociarse con el elemento criminal indispensable: traicionar sin nostalgias la familia, la clase, la patria, la condición de autor, la pertenencia, el género.  Desde el fondo de esa soledad, interrumpida por una puesta en común de las distancias, revelar no sólo el rechazo de una “sociabilidad envenenada”, sino al mismo tiempo llamar-convocar a una nueva solidaridad de manadas por venir. La manada es el tejido de disensiones inconfesables: desviadas, pobres, prisioneras, ladronas, criminales, locas, perversas, corrompidas, demasiado vivas, desbordantes, perdidas, putas cuyas prácticas desobedecen las asignaciones biopolíticas propias de la heterosexualidad como régimen político y los órdenes mayores de una feminidad hegemónica permanente que quiere gustar-agradar sin ofender a nadie. 
    El desierto tiende el manto de la noche solitaria más poblada de potencias. Desde el fondo de ese exilio, se pueden propiciar los encuentros con otras migrantes, con otras desertoras. ¡Y no sólo con personas! Sino con movimientos, ideas, acontecimientos, entidades. El desierto es la condición sine qua non para la experimentación consigo misma, y ésa es la única existencia digna de ser luego observada sin entristecernos: ¿en qué he conseguido acecharme hasta la mutación y el devenir?, ¿en qué no he seguido a los rebaños, para aliarme con las bandas y las manadas de lobxs amantes que desean la destrucción de la sociedad, y se disponen al desastre para rebatir la catástrofe creada por el Dios Progreso Humano?  
    Encontrarse no es chocarse con otro, apretujada en el subterráneo de estas ciudades, sino experimentar las distancias que nos anudan a una suerte común contra este mundo tal como lo conocemos. La manada que vive en los cuerpos singulares suspende el juicio moral, mediante actos de brujería, aúlla a las aliadas que están siempre ahí temporariamente. Tal vez una vela que se consume por ambos extremos no arda toda la noche, pero su llama enceguecedora prende el fuego esta noche eterna, y, ¡ay!, qué hermosa luz nos comparte. Cuando dos o más cuerpos afectados en un chronotopos por la misma   forma-de-vida no humanista se encuentran, tienen la experiencia de la manada, es decir, se enciende el contacto con la propia potencia. Cuando ciertos cuerpos se inclinan y tienden así hacia otro, se alza la manada. Occidente Hetero intenta contener y pulverizar toda la gama de afectos, sobrecogedores grados de intensidades, que pueden producirse entre singularidades en contacto, y subsumirnos a la miseria ético-afectiva del mundo mediante la pareja y la familia, dispositivos claves contrarios a la manada y al incremento de las potencias. 
      La mujer es el artefacto político que no consigue asumir la soledad, siempre en busca de quién la complete, de quién la ampare, la proteja, la cobije, la resguarde, siempre esperando al príncipe o -la princesa- azul, siempre aguardando algo que estimule su abúlico tedio existencial femenino hegemónico de ángel del hogar sin más afirmación que su melancolía. La soledad en el desierto es la forma que reviste el medio de encuentro de quien procura desertar de las formas del yo-soy- mujer, llevándose en la retirada y el éxodo las armas y los afectos necesarios.  Nos borramos, difuminamos el universal que en nuestra especie humana heterocentrada propaga la muerte de todos los existentes para emprender la fuga, el exilio, fuera de los estratos del control, fuera de las lógicas binarias varón- mujer/humano-animal/heterosexual-homosexual, combatimos para devenir múltiples. No más lágrimas. -

  ENCONTRARSE EN EL DESIERTO, ARMAR LA MANADA,  Manada de Lobxs: Foucault para Encapuchadas, Queenluddeditora

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